jueves, 9 de abril de 2015

Domingo, 27 de septiembre de 1942

Querida Kitty:
Hoy he tenido lo que se dice una «discusión» con mamá, pero lamentablemente siempre
se me saltan en seguida las lágrimas, no lo puedo evitar. Papá siempre es bueno conmigo,
y también mucho más comprensivo. En momentos así, a mamá no la soporto, y es que se
le nota que soy una extraña para ella, ni siquiera sabe lo que pienso de las cosas más
cotidianas.
Estábamos hablando de criadas, de que habría que llamarlas «asistentas domésticas», y de
que después de la guerra seguro que será obligatorio llamarlas así. Yo no estaba tan
segura de ello, y entonces me dijo que yo muchas veces hablaba de lo que pasará «más
adelante», y que pretendía ser una gran dama, pero eso no es cierto; ¿acaso yo no puedo
construirme mis propios castillitos en el aire? Con eso no hago mal a nadie, no hace falta
que se lo tomen tan en serio. Papá al menos me defiende; si no fuera por él, seguro que
no aguantaría seguir aquí, o casi.
Con Margot tampoco me llevo bien. Aunque en nuestra familia nunca hay
enfrentamientos como el que te acabo de describir, para mí no siempre es agradable ni
mucho menos formar parte de ella. La manera de ser de Margot y de mamá me es muy
extraña. Comprendo mejor a mis amigas que a mi propia madre. Una lástima, ¿verdad?
La señora Van Daan está de mala uva por enésima vez. Está muy malhumorada y va
escondiendo cada vez más pertenencias personales. Lástima que mamá, a cada ocultación
vandaaniana, no responda con una ocultación frankiana.
Hay algunas personas a las que parece que les diera un placer especial educar no sólo a
sus propios hijos, sino también participar en la educación de los hijos de sus amigos. Tal
es el caso de Van Daan. A Margot no hace falta educarla, porque es la bondad, la dulzura
y la sapiencia personificada; a mí, en cambio, me ha tocado en suerte ser maleducada por
partida doble. Cuando estamos todos comiendo, las recriminaciones y las respuestas
insolentes van y vienen más de una vez. Pápa y mamá siempre me defienden a capa y
espada, si no fuera por ellos no podría entablar la lucha tantas veces sin pestañear.
Aunque una y otra vez me dicen que tengo que hablar menos, no meterme en lo que no
me importa y ser más modesta, mis esfuerzos no tienen demasiado éxito. Si papá no
tuviera tanta paciencia, yo ya habría perdido hace mucho las esperanzas de llegar a
satisfacer las exigencias de mis propios padres, que no son nada estrictas.
Cuando en la mesa me sirvo poco de alguna verdura que no me gusta nada, y como
patatas en su lugar, el señor Van Daan, y sobre todo su mujer, no soportan que me
consientan tanto. No tardan en dirigirme un «¿Anda, Ana, sírvete más verdura!»
-No, gracias, señora -le contesto-. Me basta con las patatas.
-La verdura es muy sana, lo dice tu propia madre. Anda, sírvete -insiste, hasta que
intercede papá y confirma mi negativa.
Entonces, la señora empieza a despotricar:
-Tendrían que haber visto cómo se hacía en mi casa. Allí por lo menos se educaba a los
niños. A esto no lo llamo yo educar. Ana es una niña terriblemente malcriada. Yo nunca
lo permitiría. Si Ana fuese mi hija...
Así siempre empiezan y terminan todas sus peroratas: «Si Ana fuera mi hija...» ¡Pues por
suerte no lo soy!
Pero volviendo a nuestro tema de la educación, ayer, tras las palabras elocuentes de la
señora, se produjo un silencio. Entonces papá contestó:
-A mí me parece que Ana es una niña muy bien educada, al menos ya ha aprendido a no
contestarle a usted cuando le suelta sus largas peroratas. Y en cuanto a la verdura, no
puedo más que contestarle que a lo dicho, viceversa.
La señora estaba derrotada, y bien. El «viceversa» de papá estaba dirigido directamente a
ella, ya que por las noches nunca come judías ni coles, porque le produce «ventosidad».
Pero eso también podría decirlo yo. ¡Qué mujer más idiota! Por lo menos, que no se meta
conmigo.
Es muy cómico ver la facilidad con que se pone colorada. Yo por suerte no, y se ve que
eso a ella, secretamente, le da mucha rabia.

Tu Ana

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